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martes, 27 de diciembre de 2011

“Los bancos se pusieron contra la democracia”


Por Eduardo Febbro

La revuelta no tiene edad ni condición. A sus afables, lúcidos y combativos 94 años Stéphane Hessel encarna un momento único de la historia política humana: haber logrado desencadenar un movimiento mundial de contestación democrática y ciudadana con un libro de escasas 32 páginas, Indígnense. El libro apareció en Francia en octubre de 2010 y en marzo de 2011 se convirtió en el zócalo del movimiento español de los indignados. El casi siglo de vida de Stéphane Hessel se conectó primero con la juventud española que ocupó la Puerta del Sol y luego con los demás protagonistas de la indignación que se volvió planetaria: París, Londres, Roma, México, Bruselas, Nueva York, Washington, Tel Aviv, Nueva Delhi, San Pablo. En cada rincón del mundo y bajo diferentes denominaciones, el mensaje de Hessel encontró un eco inimaginable.

Su libro, sin embargo, no contiene ningún alegato ideológico, menos aún algún llamado a la excitación revolucionaria. Indígnense es al mismo tiempo una invitación a tomar conciencia sobre la forma calamitosa en la que estamos gobernados, una restauración noble y humanista de los valores fundamentales de la democracia, un balde de agua fría sobre la adormecida conciencia de los europeos convertidos en consumidores obedientes y una dura defensa del papel del Estado como regulador. No debe existir en la historia editorial un libro tan corto con un alcance tan extenso.

Quien vea la movilización mundial de los indignados puede pensar que Hessel escribió una suerte de panfleto revolucionario, pero nada es más ajeno a esa idea. Indígnense y los indignados se inscriben en una corriente totalmente contraria a la que se desató en las revueltas de Mayo del ’68. Aquella generación estaba contra el Estado. Al revés, el libro de Hessel y sus adeptos reclaman el retorno del Estado, de su capacidad de regular. Nada refleja mejor ese objetivo que uno de los slogans más famosos que surgieron en la Puerta del Sol: “Nosotros no somos antisistema, el sistema es antinosotros”.

En su casa de París, Hessel habla con una convicción en la que la juventud y la energía explotan en cada frase. Hessel tiene una historia personal digna de una novela y es un hombre de dos siglos. Diplomático humanista, miembro de la Resistencia contra la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial, sobreviviente de varios campos de concentración, activo protagonista de la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, descendiente de la lucha contra esas dos grandes calamidades del siglo XX que fueron el fascismo y el comunismo soviético. El naciente siglo XXI hizo de él un influyente ensayista.

Cuando su libro salió en Francia, las lenguas afiladas del sistema liberal le cayeron con un aluvión de burlas: “el abuelito Hessel”, el “Papá Noel de las buenas conciencias”, decían en radio y televisión las marionetas para descalificarlo. Muchos intelectuales franceses dijeron que esa obra era un catálogo de banalidades, criticaron su aparente simplismo, su chatura filosófica, lo acusaron de idiota y de antisemita. Hasta el primer ministro francés, François Fillon, descalificó la obra diciendo que “la indignación en sí no es un modo de pensamiento”. Pero el libro siguió otro camino. Más de dos millones de ejemplares vendidos en Francia, medio millón en España, traducciones en decenas de países y difusión masiva en Internet.

El ultraliberalismo predador, la corrupción, la impunidad, la servidumbre de la clase política al sistema financiero, la anexión de la política por la tecnocracia financiera, las industrias que destruyen el planeta, la ocupación israelí de Palestina, en suma, los grandes devastadores del planeta y de las sociedades humanas encontraron en las palabras de Hessel un enemigo inesperado, un argumentario de enunciados básicos, profundamente humanista y de una eficacia inmediata. Sin otra armadura que un pasado político de socialdemócrata reformista y un libro de 32 páginas, Hessel les opuso al pensamiento liberal consumista y al consenso uno de los antídotos que más teme, es decir, la acción.

No se trata de una obra de reflexión política o filosófica sino de una radiografía de la desarticulación de los Estados, de un llamado a la acción para que el Estado y la democracia vuelvan a ser lo que fueron. El libro de Hessel se articula en torno de la acción, que es precisamente a lo que conduce la indignación: respuesta y acción contra una situación, contra el otro. Lo que Hessel califica como mon petit livre es una obra curiosa: no hay nada novedoso en ella, pero todo lo que dice es una suerte de síntesis de lo que la mayor parte del planeta piensa y siente cada mañana cuando se levanta: exasperación e indignación.

–Usted ha sido de alguna manera el hombre del año. Su libro tuvo un éxito mundial y terminó convirtiéndose en el foco del movimiento planetario de los indignados. Hubo, de hecho, dos revoluciones casi simultáneas en el mundo, una en los países árabes y la que usted desencadenó a escala planetaria.

–Nunca preví que el libro tuviera un éxito semejante. Al escribirlo, había pensado en mis compatriotas para decirles que la manera en la que están gobernados plantea interrogantes y que era preciso indignarse ante los problemas mal solucionados. Pero no esperaba que el libro se viera propulsado en más de cuarenta países en los cuatro puntos cardinales. Pero yo no me atribuyo ninguna responsabilidad en el movimiento mundial de los indignados. Fue una coincidencia que mi libro haya aparecido en el mismo momento en que la indignación se expandía por el mundo. Yo sólo llamé a la gente a reflexionar sobre lo que les parece inaceptable. Creo que la circulación tan amplia del libro se debe al hecho de que vivimos un momento muy particular de la historia de nuestras sociedades y, en particular, de esta sociedad global en la que estamos inmersos desde hace diez años. Hoy vivimos en sociedades interdependientes, interconectadas. Esto cambia la perspectiva. Los problemas a los que estamos confrontados son mundiales.

–Las reacciones que desencadenó su libro prueban que existe siempre una pureza moral intacta en la humanidad.

–Lo que permanece intacto son los valores de la democracia. Después de la Segunda Guerra Mundial resolvimos problemas fundamentales de los valores humanos. Ya sabemos cuáles son esos valores fundamentales que debemos tratar de preservar. Pero cuando esto deja de tener vigencia, cuando hay rupturas en la forma de resolver los problemas, como ocurrió luego de los atentados del 11 de septiembre, de la guerra en Afganistán y en Irak, y la crisis económica y financiera de los últimos cuatro años, tomamos conciencia de que las cosas no pueden continuar así. Debemos indignarnos y comprometernos para que la sociedad mundial adopte un nuevo curso.

–¿Quién es responsable de todo este desastre? ¿El liberalismo ultrajante, la tecnocracia, la ceguera de las elites?

–Los gobiernos, en particular los gobiernos democráticos, sufren una presión por parte de las fuerzas del mercado a la cual no supieron resistir. Esas fuerzas económicas y financieras son muy egoístas, sólo buscan el beneficio en todas las formas posibles sin tener en cuenta el impacto que esa búsqueda desenfrenada del provecho tiene en las sociedades. No les importa ni la deuda de los gobiernos, ni las ganancias escuetas de la gente. Yo le atribuyo la responsabilidad de todo esto a las fuerzas financieras. Su egoísmo y su especulación exacerbada son también responsables del deterioro de nuestro planeta. Las fuerzas que están detrás del petróleo, las fuerzas de las energías no renovables nos conducen hacia una dirección muy peligrosa. El socialismo democrático tuvo su momento de gloria después de la Segunda Guerra Mundial. Durante muchos años tuvimos lo que se llama Estados de providencia. Esto derivó en una buena fórmula para regular las relaciones entre los ciudadanos y el Estado. Pero luego nos apartamos de ese camino bajo la influencia de la ideología neoliberal. Milton Friedman y la Escuela de Chicago dijeron: “déjenle las manos libres a la economía, no dejen que el Estado intervenga”. Fue un camino equivocado y hoy nos damos cuenta de que nos encerramos en un camino sin salida. Lo que ocurrió en Grecia, Italia, Portugal y España nos prueba que no es dándole cada vez más fuerza al mercado que se llega a una solución. No. Esa tarea les corresponde a los gobiernos, son ellos quienes deben imponerles reglas a los bancos y a las fuerzas financieras para limitar la sobreexplotación de las riquezas que detentan y la acumulación de beneficios inmensos mientras los Estados se endeudan. Debemos reconocer que los bancos se pusieron en contra de la democracia. Eso no es aceptable.

–Resulta chocante comprobar la indiferencia de la clase política ante la revuelta de los indignados. Los dirigentes de París, Londres, Estados Unidos, en suma, allí donde estalló este movimiento, hicieron caso omiso ante los reclamos de los indignados.

–Sí, es cierto. Por ahora se subestimó la fuerza de esta revuelta y de esta indignación. Los dirigentes se habrán dicho: esto ya lo vimos otras veces, en Mayo del ‘68, etc., etc. Creo que los gobiernos se equivocan. Pero el hecho de que los ciudadanos protesten por la forma en que están gobernados es algo muy nuevo y esa novedad no se detendrá. Predigo que los gobiernos se verán cada vez más presionados por las protestas contra la manera en que los Estados son gobernados. Los gobiernos se empeñan en mantener intacto el sistema. Sin embargo, el cuestionamiento colectivo del funcionamiento del sistema nunca fue tan fuerte como ahora. En Europa atravesamos por un momento muy denso de cuestionamiento, tal como ocurrió antes en América latina. Yo estoy muy orgulloso por la forma en que la Argentina supo superar la gravedad de la crisis. Ello prueba que es posible actuar y que los ciudadanos son capaces de cambiar el curso de las cosas.

–De alguna manera, usted encendió la llama de una suerte de revolución democrática. Sin embargo, no llama a una revolución. ¿Cuál es entonces el camino para romper el cerco en el que vivimos? ¿Cuál es la base del renacimiento de un mundo más justo?

–Debemos transmitirles dos cosas a las nuevas generaciones: la confianza en la posibilidad de mejorar las cosas. Las nuevas generaciones no deben desalentarse. En segundo lugar, debemos hacerles tomar conciencia de todo lo que se está haciendo actualmente y que va en el buen sentido. Pienso en Brasil, por ejemplo, donde hubo muchos progresos, pienso en la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que también hizo que las cosas progresaran mucho, pienso también en todo lo que se realiza en el campo de la economía social y solidaria en tantos y tantos países. En todo esto hay nuevas perspectivas para encarar la educación, los problemas de la desigualdad, los problemas ligados al agua. Hay gente que trabaja mucho y no debemos subestimar sus esfuerzos, incluso si lo que se consigue es poco a causa de la presión del mundo financiero. Son etapas necesarias. Creo que, cada vez más, los ciudadanos y las ciudadanas del mundo están entendiendo que su papel puede ser más decisivo a la hora de hacerles entender a los gobiernos que son responsables de la vigencia de los grandes valores que esos mismos gobiernos están dejando de lado. Hay un riesgo implícito: que los gobiernos autoritarios traten de emplear la violencia para acallar las revueltas. Pero creo que eso ya no es más posible. La forma en que los tunecinos y los egipcios se sacaron de encima a sus gobiernos autoritarios muestra dos cosas: una, que es posible; dos, que con esos gobiernos no se progresa. El progreso sólo es posible si se profundiza la democracia. En los últimos veinte años América latina progresó muchísimo gracias a la profundización de la democracia. A escala mundial, pese a las cosas que se lograron, pese a los avances que se obtuvieron con la economía social y solidaria, todo esto es demasiado lento. La indignación se justifica en eso: los esfuerzos realizados son insuficientes, los gobiernos fueron débiles y hasta los partidos políticos de la izquierda sucumbieron ante la ideología neoliberal. Por eso debemos indignarnos. Si los medios de comunicación, si los ciudadanos y las organizaciones de defensa de los derechos humanos son lo suficientemente potentes como para ejercer una presión sobre los gobiernos las cosas pueden empezar a cambiar mañana.

–¿Se puede acaso cambiar el mundo sin revoluciones violentas?

–Si miramos hacia el pasado vemos que los caminos no violentos fueron más eficaces que los violentos. El espíritu revolucionario que animó el comienzo del siglo XX, la revolución soviética, por ejemplo, condujeron al fracaso. Hombres como el checo Vaclav Havel, Nelson Mandela o Mijail Gorbachov demostraron que, sin violencia, se pueden obtener modificaciones profundas. La revolución ciudadana a la que asistimos hoy puede servir a esa causa. Reconozco que el poder mata, pero ese mismo poder se va cuando la fuerza no violenta gana. Las revoluciones árabes nos demostraron la validez de esto: no fue la violencia la que hizo caer a los regímenes de Túnez y Egipto, no, para nada. Fue la determinación no violenta de la gente.

–¿En qué momento cree usted que el mundo se desvió de su ruta y perdió su base democrática?

–El momento más grave se sitúa en los atentados del 11 de septiembre de 2001. La caída de las torres de Manhattan desencadenó una reacción del presidente norteamericano Georges W. Bush extremadamente perjudicial: la guerra en Afganistán, por ejemplo, fue un episodio en el que se cometieron horrores espantosos. Las consecuencias para la economía mundial fueron igualmente muy duras. Se gastaron sumas considerables en armas y en la guerra en vez de ponerlas a la disposición del progreso económico y social.

–Usted señala con mucha profundidad uno de los problemas que permanecen abiertos como una herida en la conciencia del mundo: el conflicto israelí-palestino.

–Este conflicto dura desde hace sesenta años y todavía no se encontró la manera de reconciliar a estos dos pueblos. Cuando se va a Palestina uno sale traumatizado por la forma en que los israelíes maltratan a sus vecinos palestinos. Palestina tiene derecho a un Estado. Pero también hay que reconocer que, año tras año, vemos cómo aumenta el grupo de países que están en contra del gobierno israelí por su incapacidad de encontrar una solución. Eso lo pudimos constatar con la cantidad de países que apoyaron al presidente palestino Mahmud Abbas, cuando pidió ante las Naciones Unidas que Palestina sea reconocido como un Estado de pleno derecho en el seno de la ONU.

–Su libro, sus entrevistas, este mismo diálogo demuestran que, pese al desastre, usted no perdió la esperanza en la aventura humana.

–No, al contrario. Creo que ante las crisis gravísimas por la que se atraviesa, de pronto el ser humano se despierta. Eso ocurrió muchas veces a lo largo de los siglos y deseo que vuelva a ocurrir ahora.

–“Indignación” es hoy una palabra clave. Cuando usted escribió el libro, fue esa palabra la que lo guió.

–La palabra indignación surgió como una definición de lo que se puede esperar de la gente cuando abre los ojos y ve lo inaceptable. Se puede adormecer a un ser humano, pero no matarlo. En nosotros hay una capacidad de generosidad, de acción positiva y constructiva que puede despertarse cuando asistimos a la violación de los valores. La palabra “dignidad” figura dentro de la palabra “indignidad”. La dignidad humana se despierta cuando se la acorrala. El liberalismo trató de anestesiar esas dos capacidades humanas, la dignidad y la indignación, pero no lo consiguió.

viernes, 16 de diciembre de 2011

RUMBO A NUESTRA AMERICA





Por Alejandro Maldonado

En los primeros días de diciembre, durante una cumbre constitutiva realizada en Caracas, se llevó a cabo el acto fundacional de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Para la creación del bloque continental acudieron a la capital venezolana los gobernantes de 32 países de América Latina y El Caribe.

La CELAC es el primer organismo regional americano sin Estados Unidos y Canadá, con el que los países miembros aspiran a consolidar su integración. Heredera de los foros de la Cumbre de América Latina y Caribe (CALC) y el Grupo de Río, empezó a gestarse precisamente en la cumbre celebrada en Brasil en 2008.

Con sus 570 millones de habitantes y un Producto Bruto Interno (PBI) en bloque de unos 6 billones de dólares anuales, CELAC, representa el mayor bloque político-económico a escala global y la tercera economía mundial.

La tasa de pobreza cayó de 31,4% en 2010 a 30,4% este año, lo que representa tres millones de pobres menos en la región, donde en los dos últimos años se han reportado los índices de pobreza e indigencia más bajos en dos décadas. La CEPAL estima que el número de pobres llega a unos 174 millones de personas, de las cuales 73 millones viven en condiciones de pobreza extrema o indigencia.

América Latina y el Caribe constituyen la región con mayor producción y exportación de alimentos del mundo.

El bloque representa casi el 30% de la superficie forestal del mundo, además posee el 33% de los recursos hídricos, es decir, el continente con la disponibilidad de agua más alta del planeta.

La región cuenta con las mayores reservas de petróleo del mundo y una de las más importantes de gas. Venezuela, Brasil y Bolivia destacan como los países con las mayores reservas de estos recursos.

América Latina, viene mostrando desde hace mucho tiempo, la necesidad de reimpulsar y transformar los viejos modelos existentes en nuestra región, los cuales han demostrado poca capacidad de respuesta ante las necesidades urgentes de un pueblo latinoamericano que requiere de nuevas visiones, nuevos planteamientos, ajustados a la realidad y con resultados concretos.

El sueño de Bolívar, de formar una sola nación desde México hasta la Patagonia

"La imaginación no puede concebir sin pasmo la magnitud de un coloso, que semejante al de Júpiter de Homero, hará temblar la tierra de una ojeada. ¿Quién resistirá a la América reunida de corazón, sumisa a una ley y guiada por la antorcha de la libertad?" Simón Bolívar

Encontramos esbozos de la necesidad de la unión continental en las ideas del patriota venezolano Francisco de Miranda (1750-1816), quien propugnaba la creación de una única nación a la cual se le llamaría Gran Colombia.

Años más tarde, en 1826, barcos estadounidenses llevaban armas y pertrechos para los realistas españoles que conspiraban contra la independencia de la Gran Colombia. Al mismo tiempo, el gobierno del país del Norte enviaba una delegación al Congreso Anfictiónico de Panamá, convocado por Simón Bolívar con el propósito de edificar una Confederación de Estados Latinoamericanos, como respuesta a la necesidad de una integración político-militar de las naciones recién independizadas del dominio español.

Un organismo que "sirviese de consejo en los grandes conflictos, de punto de contacto en los peligros comunes, de fiel intérprete en los tratados públicos, y de conciliador, en fin, de nuestras diferencias" escribía Simón Bolívar por aquellos días.

El Secretario de Estado norteamericano, Henry Clay, instruyó a los integrantes de esa delegación a que boicotearan y se opusieran a cualquier resolución que se tomara. Los "diplomáticos" norteamericanos recorrieron el continente vendiendo la doctrina Monroe: ellos como la cabeza y el poder de América.

En 1830 Norteamérica instiga la conspiración y el posterior asesinato de Antonio José de Sucre.

Son estos sucesos los que inspiran a Bolívar a decir en la histórica Carta de Guayaquil: "Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias en nombre de la Libertad".

Opiniones

Aunque no se trata en estos momentos de fundar una nación, la Comunidad que se ha conformado es un avance inédito en un proceso de integración que se ha acelerado en los años recientes con un marcado énfasis en la independencia.

CELAC es heredera de este sueño, puesto que agrupa a los países del continente en una entidad propia sin Estados Unidos y Canadá, a diferencia de la Organización de Estados Americanos (OEA).

“La CELAC es un punto de llegada después de 200 años de batalla, pero también es un punto de partida”, señaló el presidente Hugo Chávez.

“Es un paso adelante para lograr mayor autonomía, para que los latinoamericanos no tengan que ir a Washington para resolver sus propios problemas” dijo el ecuatoriano Rafael Correa, a su llegada a Caracas.

"Dejamos de ser el patio trasero de un mundo dominado por las súper potencias o por algún poder hegemónico y esto determina que hay ahora un mundo multipolar y multilateral y ahora somos sujetos de la historia y no objeto" precisó Carlos Álvarez, secretario general de ALADI.

“Por primera vez en la historia, vamos a tener una organización de nuestra América. Si funciona y si tiene éxito (pues no se trata solo de crearla y ponerle nombre, dijo), se puede considerar el más grande acontecimiento de los últimos 200 años”, declaró el presidente de Cuba, Raúl Castro.

“Nuestras patrias hijas de la historia necesitan un alero que las proteja en todos los aspectos, pero ese alero solo lo puede brindar el poder disuasivo de andar juntos, de lo contrario seremos una hoja al viento”, reflexionó el presidente uruguayo José Mujica

“Por primera vez nos reunimos países que nunca se habían reunido. Primero tuvimos MERCOSUR, luego UNASUR, ahora CELAC, son anillos pequeños que se van abriendo”, comentó nuestra presidenta Cristina Fernández de Kirchner.


“La CELAC es un pueblo, es la expresión de nuestra capacidad para encontrarnos con nuestros pueblos y para percibir la importancia estratégica y geopolítica de esta región”, dijo la presidenta de Brasil Dilma Rousseff.

El presidente de Panamá, Roberto Martinelli exigió la creación de una Secretaría Ejecutiva con “poca burocracia y mucha efectividad”. “Nadie le da ese seguimiento a estas cumbres para que se logre algo verdaderamente importante. Todos los años venimos, hablamos de las mismas cosas, tenemos los mismos problemas y no pasa nada, queda en nada”

El presidente Chávez informó que Venezuela, Chile y Cuba -donde se realizarán las cumbres de 2012 y 2013-, formarán la “troika” para continuar el trabajo político de construcción del bloque. “Ciertamente nos hace falta una estructura, no es poca cosa lo que estamos pretendiendo”, admitió.

Análisis de situación

Ahora los presidentes latinoamericanos deberán impulsar este esquema junto a otros en funcionamiento como el ALBA y UNASUR y tal vez unificarlos a todos, para así desarrollar los planes y proyectos en un solo proceso de integración sólido y estable, conformar una moneda de intercambio, un banco de cooperación, un organismo de seguridad y defensa, de educación, de salud y así intentar un mejor futuro y porvenir para los pueblos de la región.

El escenario político actual en nuestro continente es auspicioso, solo resta consolidar y sostener en el tiempo, con resultados satisfactorios, la estructura hasta ahora conformada, pues se ha demostrado que ahora la integración latinoamericana está más cerca que nunca.

Los gobiernos progresistas (aún con sus diferencias) están aplicando políticas de integración (UNASUR en Haití es un ejemplo de ello), en el Consejo Suramericano de Infraestructuras y Planeamiento (COSIPAN) se definieron 31 proyectos prioritarios con una inversión de 13.700 millones de dólares, los corredores ferroviarios (Brasil-Chile y Brasil-Bolivia-Chile) y las mega carreteras (Venezuela-Colombia-Ecuador y Perú-Brasil) conforman un plan de inversiones que va hasta 2022, proyectos novedosos como el Banco del Sur y Petrocaribe son una visión más global y a largo plazo.

El panorama global ha comenzado a cambiar y proyectos como los mencionados previamente no deben detenerse en el tiempo, es preciso profundizarlos y actualizar sus planes de acción. Desde hace tiempo, se ha señalado a la voluntad política como el principal requisito para la permanencia de una propuesta de integración, hoy ese condimento está presente en la mayoría de los presidentes de Latinoamérica; el interés mostrado en los diversos aspectos que son necesarios atender ha sido manifiesto. Ahora debemos trabajar en estas propuestas y aprovechar nuestras propias potencialidades, para conformar un bloque estable y homogéneo.

La hora de la integración definitiva para Latinoamérica


Por Fabio Cohene

El siglo XXI ya está definitivamente signado por la globalización. Ya no hay espacios para proyectos nacionales, todos los países buscan conformar espacios comunes de interacción económica y política, de integración. En nuestro caso, nuestro destino ineludible es el de la convergencia con los otros países latinoamericanos. Ya no es ni siquiera un postulado revolucionario: es una necesidad histórica.

Nuestra región posee muchas características que a primeras vistas debería facilitar la integración regional en su doble faceta política y económica. Poseemos un mismo idioma, más allá de las particularidades, somos homogéneos en lo religioso, en lo cultural. Si tomamos solamente América del Sur, somos poco más que una decena de países, con una historia compartida con escasos casos de conflictos bélicos, entre nosotros. Sin embargo, cumpliéndose en estos años el bicentenario de la independencia del yugo español en la mayoría de nuestras naciones, aún no hemos logrado constituirnos como un sólido bloque económico, de naciones interrelacionadas e interdependientes.

LAS CULPAS AJENAS Y LAS NUESTRAS

Somos políticamente independientes pero aún no logramos coordinar nuestras economías, coordinar nuestros crecimientos, confluir en nuestros desarrollos. A grandes rasgos, se puede decir que han existido dos tipos de condicionantes para que esto suceda. Primero, el que surge de nuestra convivencia con los Estados Unidos de América que desde su constitución como nación ha concebido al resto del continente como su área de influencia natural, su patio trasero. En 1823 crearon como principio rector para su política exterior a nivel continental la doctrina Morgan, “América para los americanos”, que con el tiempo ha venido a significar: América es el territorio que va del Polo Norte a Tierra del Fuego, pero americanos son solo los estadounidenses. Es la misma idea que ya en el siglo XX dio lugar a la creación de varias organizaciones panamericanas, la más reciente de todas, en 1948, la Organización de los Estados Americanos que en un mundo signado por la disputa entre capitalismo y comunismo, debía funcionar como un foro continental donde los yankees pudieran ejercer su poder de contralor político sobre la región.

Y cuando no bastaba el control político institucional directo, siempre tuvo a mano la herramienta de la intervención militar directa como lo hizo en Cuba en 1895 y en 1961, en Guatemala, en 1954, en República Dominicana en 1965, en Granada en 1983, en Panamá en 1989 o el consabido apoyo a los golpes militares que prohijaron en la segunda mitad del siglo XX. Pero la sombra imperialista de los yankees no alcanza a explicar por sí misma nuestras deficiencias al momento de concretar un proyecto continental latinoamericano. Es aquí donde surge el segundo obstáculo a la integración: nuestras clases dominantes. Al momento de vislumbrar un horizonte de desarrollo y progreso, ellas siempre tuvieron puestas sus vistas políticas y comerciales en el norte. Con la paradójica maldición de ser rica en recursos naturales, desde sus inicios proyectaron naciones que aceptaron gustosas el rol de proveedor de materias primas en la división internacional del trabajo, competidoras entre sí, despreocupadas del destino del resto de las ex -colonias españolas. Los escasos conflictos bélicos que manchan nuestra historia común tienen el signos de reflejar la pugna de los intereses de las potencias imperiales europeas. Tal el caso de la guerra de la Triple Alianza, de 1865 a 1875, en que Argentina, Brasil y Uruguay destruyeron el proceso desarrollo autónomo de Paraguay, incompatible con el modelo de libre comercio europeo, Guerra del Pacífico, de 1879 a 1883, cuando Chile venció a la alianza de Perú y Bolivia, en el marco de la disputa por los insumos para fabricar los fertilizantes que Europa requería, o la Guerra del Chaco, cuando paraguayos y bolivianos dejaron de 1932 a 1935, más de 100.000 muertos, en un conflicto en el que se dirimía quien aprovecharía unos supuestos pozos petroleros de los cuales se haría eventualmente cargo empresas petroleras inglesas o yankees.

LOS INICIOS DEL CAMINO

Tuvo que llegar la crisis del capitalismo de 1929 y las sucesivas guerras mundiales, para que los países latinoamericanos asumieran un proceso de sustitución de importaciones, donde empezarán a intentar un desarrollo autónomo, independiente. De esa época, en donde campeaban por América del Sur los gobiernos nacionalistas, es de cuando data el discurso de Juan Domingo Perón ante la Escuela Superior de Guerra, el 11 de noviembre, cuya lectura como documento histórico se recomienda en el que esbozaba la inviabilidad económica de los países americanos por separado y planteaba una integración en torno al eje ABC, Argentina, Brasil y Chile. Pero los vientos de la Guerra Fría barrieron todos los proyectos nacionalistas desarrollistas.

Desde los años 50, la integración económica era vista tanto como un estímulo esencial para la industrialización así como una defensa ante la superioridad económica de EE.UU., y estaba por lo tanto sujeto de oposición por parte de EE.UU. y aunque hubo varios intentos de organismos de integración económica de suerte diversa, en 1960, la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio de América Latina (ALALC), el Pacto Andino en 1969, la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI) en 1980, Mercado Común del Sur (Mercosur) en 1991, etc. siguieron brillando por su ausencia las iniciativas políticos que buscaran sacudirse la mirada controladora estadounidense e intentar reunirse en un foro de presidentes auténticamente latinoamericano, entre pares, sin presencias tutelares.

Hubo que esperar hasta el año 2000 para que en Brasilia tuviera lugar con casi medio siglo de retraso respecto a los otros continentes como Europa o África, la primera cumbre de presidentes sudamericanos. Allí se abrió el camino hacia la conformación de la Comunidad Sudamericana de Naciones, para el sacudimiento de la hegemonía estadounidense cuando en 2005 por la acción coordinada de Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Lula se le dijo NO a su propuesta de una área de libre comercio (ALCA) creada para su estricto beneficio; UNASUR, después y en nuestros días, su versión ampliada de la CELAC (sobre la cual trata otra nota del periódico). Parece que finalmente nos hallamos en la buena senda, pero aún hay muchos obstáculos que superar.

LA SENDA A RECORRER : ¿SERÁ POSIBLE EL SUR?

Estos obstáculos a los que se hace referencia son de toda índole: económicos, políticos, culturales. Desde lo económico es preciso generar un esquema que tienda a superar las asimetrías en los desarrollos de nuestras naciones. Esas asimetrías no existen solo en el grado desarrollo de nuestras naciones sino también hacia el interior de los países que en su conjunto tienen el dudoso privilegio de ser la región con la mayor desigualdad en la distribución de la riqueza.

Ya no hay margen para desarrollos únicamente nacionales, no nos salvaremos solos vendiéndole granos a los chinos, sino negociando en bloque con el resto de los bloques mundiales. Es preciso abandonar la lógica capitalista de la competencia para empezar a poner en práctica la solidaridad y la convergencia con nuestros vecinos. Si esta óptica imperara por nuestras tierras, un conflicto como el de Botnia que devino en enfrentamiento con los uruguayos, no hubiera existido dado que no habría sido una empresa finesa la que se aprovechara de la falta de empleos en la tierra oriental, sino que un proyecto de desarrollo surgido de la interacción de los países de la región hubiera contribuido al desarrollo integral de todos, grandes y chicos. No habrá sueño de integración factible si nuestros países no buscan coordinar sus macroeconomías, si el comercio entre nuestros países es mucho menos importante que el que poseemos con el resto del mundo, tal cual ocurre en la actualidad. Esto no será nada fácil exigirá mucha constancia para desarmar la artillería de acciones que despliega Estados Unidos para mantener atado a su carro a países como Chile, Perú, Colombia, con los cuales firma tratados de libre comercio, que como resultado último les cercena su posibilidad de reformular un perfil exportador de insumos básicos y de industrializarse en la búsqueda de un desarrollo que trascienda el mero crecimiento o la simple búsqueda de buenos indicadores macroeconómicos.

Necesitamos políticas específicas para atacar la reprimarización, la tentación de seguir vendiendo única o fundamentalmente materias primas, y aumentar el valor agregado de las exportaciones para hacer frente a los shocks externos de la crisis global. De lo contrario se agudizará la extrema inequidad social que dicho modelo genera. El nuevo camino obliga a introducir tanto políticas impositivas como políticas sociales crecientemente activas. El riesgo de quedarse atrapado en este círculo de exportación de bajo valor agregado no es menor.

Para ello es imprescindible volver a fortalecer a los estados nacionales desguazados bajo la ola neoliberal de fines del siglo pasado, cuando se pretendió que fueran el mercado, las empresas multinacionales quienes que marcaran la agenda gubernamental de nuestros países. Solo así podrán avanzar nuestros gobernantes en el ejercicio de una voluntad política convergente, que aprovechando la oportunidad de la coincidencia de muchos estadistas progresistas en la región puedan sentar las bases para una integración real, efectiva, que avance más allá de lo puramente declamativo.

Pero todo será en vano si no damos pasos firmes hacia la integración cultural, esa que permita que los pueblos se reconozcan plenamente como hermanos desde la realidad diaria. Las bases de la unión continental serán sólidas cuando nuestros pueblos sientan como necesario ser una entidad autónoma. Para ello es preciso que sepamos más de la historia y la actualidad de los otros países de la región, interesarnos en nuestro acervo cultural, en hacer que nuestra gente se sienta realmente latinoamericana, porque los beneficios de esa circunstancia son palpables, cotidianos. Por dar un ejemplo concreto de lo que se podría hacer, en las escuelas secundarias de Francia y Alemania, dos naciones que en el siglo pasado tuvieron en total una década de guerra que los enfrentó, los alumnos estudian historia con un manual elaborado por 5 historiadores de cada país. Y aprenden a convivir, a tener proyectos comunes, aceptando las diferencias, reafirmando sus patrimonios culturales.

En ese mismo tren nosotros, porteños, bien podríamos empezar a dar algunos pasos concretos para abandonar nuestra supuesta y falsa superioridad bajada de los barcos. Hoy que los espejos de los países centrales se han empezado resquebrajar, es la hora de reconocer lo que largamente no supimos a ver: que nuestro destino será latinoamericano o no será.