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martes, 23 de octubre de 2012

Las elites argentinas




Por Alejandro Maldonado

Durante muchas décadas el faro que orientaba a las elites argentinas fue Inglaterra. En el proceso de su decadencia, la mirada continuó dirigida a Europa, pero la presencia de Estados Unidos empezó a ocupar una centralidad cada vez mayor. Así fueron forjando su propia identidad, que es la de carecer de una definida, puesto que siempre están señalando experiencias de otros países como modelos exitosos en contraposición al modelo nacional y popular. Esa idealización de procesos del exterior, que con mínima rigurosidad analítica se sabe que son complejos y contradictorios, refleja la negación del establishment doméstico de constituirse en un factor dinámico del desarrollo nacional. Es una de las carencias de lo que el economista Aldo Ferrer denomina densidad nacional. Esta consiste, entre otras cuestiones, en “la integración de la sociedad, liderazgos con estrategias de acumulación de poder fundado en el dominio y la movilización de los recursos disponibles dentro del espacio nacional”. Pero las elites argentinas tienen una predilección por la fuga de capitales y, por lo tanto, para dirigir la mirada al exterior. Esto explica la permanente ponderación de la forma de organización económica de otros países. En estos últimos años, en un momento los elogios estuvieron concentrados en el Brasil de Lula, en otro en el Chile de Bachelet y ahora aún más en el del derechista Piñera. Hasta no hace mucho, antes del derrumbe de Wall Street, el modelo a imitar y envidiar era Irlanda y España, ambas economías que hoy están transitando una profunda crisis.
Las elites de la periferia han tenido una tendencia histórica a referenciarse en las de los países poderosos. Pero en países vecinos han logrado cierto grado de compromiso con el desafío de un desarrollo nacional, actuando como un factor dinámico de la economía. No se trata de un sector social homogéneo, tienen conductas e intereses contrapuestos que se reflejan en diversas líneas políticas, aunque con una base local relativamente sólida. Saben de sus limitaciones pero no actúan en forma destructiva y mucho menos en forma despectiva sobre su propio país. Lo opuesto es ejercido sin pudor por las elites argentinas, lo que quedó expresado en los cacerolazos que se realizaron en los últimos días.
Este tipo de comportamiento de las elites, que a lo largo de la historia han combatido cada intento de emprender un proyecto de desarrollo nacional, explica en gran parte la debilidad de la economía argentina. En el libro “Los senderos perdidos del desarrollo. Elite económica y restricciones al desarrollo en la Argentina”, Hugo Notcheff afirma que la elite económica argentina mantiene dos rasgos bien definidos: la sistemática búsqueda de cuasirrentas de privilegio y la adaptación a las ventajas generadas en el contexto externo. Las define como “el conjunto de empresarios individuales o de organizaciones empresarias de mayor peso económico y político, que moldean el sendero del resto de los agentes económicos”.
La identificación de las razones que explican el atraso relativo de ciertas naciones con respecto a otras brinda la oportunidad de comprender ciertos procesos político-económicos.
En ese libro el trabajo de Notcheff, uno de los intelectuales más lúcidos y comprometidos con los sectores populares, intenta explicar las dificultades que presenta la Argentina para conformar un patrón de desarrollo sostenido. Notcheff concluye que la economía argentina se corresponde con el tipo de economía de “adaptación tardía” a los cambios tecnológicos que se generan externamente. Entonces, las cuestiones relacionadas con las políticas de investigación científica y tecnológica no se encuentran en el centro de la agenda de “la elite económica”. Esta, sostiene, no compitió por la obtención de innovaciones tecnológicas, sino que, por el contrario, durante la mayor parte del siglo XX se protegió de la competencia a través de formación y consolidación de “monopolios no innovadores ni transitorios”. Este tipo de comportamiento (imitación tecnológica tardía y monopolios no innovadores) constituyó para la elite económica una “opción blanda”. La “dura” implicaba el riesgo propio de una conducta innovadora que procurara la obtención de cuasirrentas tecnológicas en base a la conformación de “monopolios innovadores y transitorios”.
El investigador de Flacso explica que desde el punto de vista de la economía en su conjunto, la opción blanda no permite iniciar un proceso de desarrollo sostenido, sino una sucesión de booms o burbujas que cuando se terminan dejan sólo unas “gotas” aisladas de capacidades tecnológicas que no permiten iniciar un nuevo ciclo de desarrollo. Esto conduce, ilustra Notcheff, a un menor crecimiento del ingreso en el largo plazo porque “la intensidad de los factores que sostienen el crecimiento es débil”.
Un factor interesante del actual proceso económico y social es que provoca un enfrentamiento con el accionar tradicional de la elite argentina, lo que brinda elementos para analizar las protestas de esos sectores. También es cierto que las características estructurales de las elites se van modificando a lo largo del tiempo “como resultado del comportamiento seguido por las empresas y/o actores sociales que la integran y como consecuencia del contexto operativo generado por la intervención económica estatal”. Hoy se está en presencia de esa tensión, entre los objetivos de desarrollo científico y tecnológico, planteados por la presidenta Cristina Fernandez de Kirchner o  la consolidación de las conductas históricas de las elites vernáculas.