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martes, 27 de marzo de 2012

Mega minería Un debate que no admite trampas






Por Alejandro Maldonado

La minería a cielo abierto es una nueva forma de explotación de recursos minerales no renovables, que tiene una altísima rentabilidad, sobre todo en la última década, cuyos beneficios difícilmente sean comprobables en la población cercana a las minas. Si a esto le sumamos las numerosas denuncias por  contaminación que las organizaciones ambientalistas formulan sobre la actividad, hace necesario un debate profundo, teniendo en cuenta siempre el interés del ciudadano de a pie, para no caer en posiciones extremistas.
Entre la postura de las empresas multinacionales, cuya única motivación es el dinero, y la de los ambientalistas extremos que plantean que no hay forma de extraer minerales sin contaminar el entorno, hay, seguramente, un abanico de posibilidades entre las cuales se encuentra la ideal. Para descubrirla es necesario echar luz sobre sombra, sombra provocada por la falta de información. La cosa se pone aún más difícil si quienes tienen esa responsabilidad, la de informar, no cumplen con su parte.
La represión en Catamarca merece el repudio de toda la sociedad. Cuando existe un conflicto en la sociedad, éste debe ser atendido por la política, no por la policía, creemos que así también lo entiende el gobierno nacional, no podemos dejar que intereses ajenos a la población alimenten el conflicto utilizando la mentira y el engaño.
La protesta  ambientalista en Tinogasta  fue aprovechada impunemente por los medios opositores. Es inocultable que hay un problema en Catamarca, las protestas contra la minera se vienen haciendo desde enero, pero nunca habían llegado a convertirse en actos de violencia. Pero si un periodista dice que los camiones que pasaban por esa ruta llevan cianuro  y que los perros de la policía muerden aunque tengan bozales, el relato se dramatiza y la violencia se hace presente.
Los medios de comunicación masiva no muestran la realidad tal como es. Es sabido que lo que se dice y lo que se muestra es seleccionado, recortado y editado por camarógrafos, productores, periodistas, editores y principalmente por empresarios que ven a las personas como clientes y/o consumidores.
 La cobertura que hizo Julio Bazán, periodista del grupo Clarín, sobre los incidentes de Tinogasta, fue patética y vergonzosa. Los bruscos movimientos de la cámara, la respiración entrecortada cuando afirmaba a voz en cuello “en esos camiones va la muerte”, “esos camiones transportan cianuro”,  le daban un dramatismo sólo comparable al legendario José de Zer y sus “informes especiales”. Pero lo más criticable no fue la forma en que se presentaron los hechos, sino la mentira a la que se apeló, Bajo la Alumbrera no utiliza cianuro, esos camiones no transportaban cianuro. La policía que reprimía la protesta era provincial, pero el zócalo de la pantalla decía Gendarmería.
La gobernadora electa de Catamarca Lucía Corpacci expresó "preocupa la desinformación generada por algunos medios nacionales", y enfatizó que "mejor que se informen porque el agua no está contaminada y no se usa cianuro".
El profesor Mario Félix, investigador principal de la Comisión de Investigaciones Científicas (CIC) bonaerense y profesor titular de Química Inorgánica de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), señaló la necesidad de “poner en perspectiva” la industria de la minería a cielo abierto y desestimó los cuestionamientos al uso del cianuro porque se trata de un elemento que “no produce ningún problema” en la naturaleza.
También cuestionó los argumentos sobre el uso del agua que requiere esta actividad y reveló que la demanda de una mina “no supera a la de una finca para el riego de su producción”.
“La cantidad de agua que utilizan es ínfima en relación a la que se utiliza para el riego”, expresó.
Pero sabemos que hay otras formas en que la actividad minera puede resultar perjudicial para la salud de los habitantes de las zonas linderas a la explotación. El polvillo resultante de dinamitar las montañas está compuesto por partículas invisibles, extremadamente livianas aunque se trate de los elementos químicos radioactivos que tienen mayor masa o “peso atómico”, comúnmente conocidos como “metales pesados”. Al ser tan livianas, son arrastradas fácilmente por el viento y podrían llegar a las zonas pobladas.
Sostenemos que hay muchas razones para cuestionar la mega minería a cielo abierto, pero si para ello se miente y se difama, se corre el riesgo de caer en el descrédito. Las organizaciones ambientalistas no deberían hacer silencio ante la farsa montada por Canal 13, que en su ofensiva permanente contra el gobierno nacional,  quiere hacerlo lucir como principal responsable de una situación que en realidad es parte de la herencia de la década menemista. 
En la estrategia utilizada por el grupo Clarín contra el gobierno, no importa la naturaleza de la noticia, sino cómo hacer para que salpique a la presidenta Cristina. Entre la parodia  del robo “en vivo” que presentó Mauro Viale en su programa y la angustiante cobertura que Julio Bazán hizo de los hechos de Catamarca, hay una modalidad, un “modus operandi” que  los asemeja, es la necesidad de recurrir al engaño para así obtener el impacto esperado sobre los indefensos televidentes.
Cada vez somos más los que creemos que es el momento de debatir, y las leyes que regulan la actividad minera también deben ser debatidas. Esto es esencial para profundizar el proyecto de país que votamos la mayoría de los argentinos. Pero debemos ser inteligentes, si permitimos que la mentira sea argumento, si partimos de presupuestos falsos, el final será el deseado por los poderes fácticos cuyos intereses van a contrapelo del pueblo.


miércoles, 1 de febrero de 2012

La etapa de la sintonía fina



Por Alejandro Maldonado


En el mensaje que, Cristina Fernández de Kirchner dirigió a la nación el 10 de diciembre, la presidenta introdujo el término “sintonía fina” para caracterizar el nuevo período de su administración. Para explicarlo hizo referencia a la crisis mundial, cuyas oleadas comienzan a llegar a las costas sudamericanas.

La crisis económica impacta en el comercio global y por consecuencia disminuye el ingreso de capitales provenientes de la exportación, además, el crecimiento del sector industrial, del consumo y de las inversiones produjeron un aumento de las importaciones que podría ocasionar un deterioro progresivo en la balanza comercial.

Con la Eurozona y Norteamérica en crisis económica, el excedente de la producción industrial de Asia se tratará de colocar en los países que han resultado menos afectados; esta situación es una seria amenaza para la industria local. La lista de «sectores sensibles» para la Argentina se está elaborando en la Secretaría de Comercio Exterior, y será cotejada con sus pares de Brasil, Uruguay, Paraguay y Chile para no afectar el comercio con los países vecinos.

En este contexto, en diciembre pasado, los países socios de Mercosur han tomado una resolución que los habilita a aplicar individualmente derechos de importación sobre 100 posiciones arancelarias por encima del AEC (Arancel Externo Común), hasta el 35% permitido por la OMC (Organización Mundial de Comercio).

La situación en nuestro país

Básicamente, la industria nacional está segmentada en dos grandes grupos. El primero tiene salida exportadora, su producción está relacionada al procesamiento de recursos naturales y a la exportación de commodities, no se vería muy afectado por el control de las importaciones. El segundo, cuyas empresas destinan su producción al mercado interno, genera mayor cantidad de empleo y tiene un nivel de productividad inferior respecto del primero. Una parte de ellas dependen en gran medida de algún tipo de importaciones para seguir produciendo o expandirse.

El gobierno ha optado por una solución que no debería afectar la actividad económica o las condiciones de vida de los argentinos: el control y sustitución de importaciones. Es decir, sustituir lo que no se puede traer del exterior, por producción local evitando una caída de los niveles de empleo.

La presidenta Cristina instruyó a sus colaboradores para llevar adelante un programa de Comercio Exterior Administrado, que incluye mecanismos como la Declaración Jurada de Autorización de Importación (DJAI), mecanismo que intentará seleccionar los productos que ingresan al país y fortalecer el proceso de sustitución de importaciones.

Declaraciones de la Ministra de Industria

Débora Giorgi, ministra de Industria, expresó “tenemos una industria que está de pie y ahora entramos en la etapa de la sintonía fina, que significa profundizar las políticas para aumentar la agregación de valor en territorio, las inversiones, generar más y mejor trabajo, incrementar la sustitución de importaciones y las exportaciones” y advirtió que “ante los desafíos que presenta la crisis internacional, más que nunca debemos defender de la competencia desleal a la industria nacional y al mismo tiempo profundizar un Estado presente que controle y evite posiciones dominantes en los sectores en los que, por su propia dinámica, hay pocos jugadores”.

También destacó la importancia de sustentar la competitividad de los insumos difundidos con coste y aprovisionamiento acordes a nuestro mercado, a la vez que puedan incrementarse las exportaciones con valor agregado. “Este gobierno seguirá aplicando medidas que favorezcan a la producción nacional y se sustituyan importaciones” afirmó Giorgi y exigió a los empresarios “más inversión en maquinaria y equipo, mayor capacitación para los trabajadores y orientar más recursos para investigación y desarrollo”.

La ministra les requirió a los fabricantes de bienes de capital que además identifiquen qué posiciones arancelarias consideran que deberían sumarse al sistema de Licencias No Automáticas (LNA), o solicitar protección mediante medidas antidumping.

Empresarios entusiasmados

Mariano Kestelboim -director de Fundación ProTejer- expresó que no se enfrentarán demasiados problemas mientras haya "mayor control aduanero, regímenes de promoción de la actividad y adecuación del crédito para empresas".

Víctor Hugo Benyakar, presidente de la Cámara de Indumentaria: "El Gobierno defiende a las industrias sensibles controlando las importaciones para que no ingrese mercadería a precios viles".

Fernando Guillemi, presidente de la Federación de Asociaciones y Cámaras de Ascensores de la República Argentina (FACARA), destacó que “nunca vi un Gobierno que apoyara tanto a la industria local como este. Me siento orgulloso de ser industrial, mientras que en décadas pasadas realmente sentía que mi trabajo no valía, considerando el poco apoyo oficial que nos daban”.

Sergio Airoldi, vicepresidente de Air Computers, sostuvo que con estas medidas se promueve el trabajo local “que no es solo mover cajas”, y se ofrecen más productos y mejor soporte.

Jaime Saiegh, presidente de la Fábrica Argentina de Aviones (Fadea) anunció la fabricación de un avión para fumigaciones y otras tareas agrícolas para sustituir la importación de esas aeronaves.

El período que comprende las gestiónes de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández de Kirchner se caracterizó fundamentalmente por habernos rescatado del infierno neoliberal y de ir consolidando un proyecto de desarrollo con inclusión social, la etapa que comienza estará marcada por una mirada profunda para bucear en la estructura productiva argentina, que permita corregir lo que hace falta para hacer realidad el país con el que soñamos, un país para cuarenta millones de argentinos.





martes, 27 de diciembre de 2011

“Los bancos se pusieron contra la democracia”


Por Eduardo Febbro

La revuelta no tiene edad ni condición. A sus afables, lúcidos y combativos 94 años Stéphane Hessel encarna un momento único de la historia política humana: haber logrado desencadenar un movimiento mundial de contestación democrática y ciudadana con un libro de escasas 32 páginas, Indígnense. El libro apareció en Francia en octubre de 2010 y en marzo de 2011 se convirtió en el zócalo del movimiento español de los indignados. El casi siglo de vida de Stéphane Hessel se conectó primero con la juventud española que ocupó la Puerta del Sol y luego con los demás protagonistas de la indignación que se volvió planetaria: París, Londres, Roma, México, Bruselas, Nueva York, Washington, Tel Aviv, Nueva Delhi, San Pablo. En cada rincón del mundo y bajo diferentes denominaciones, el mensaje de Hessel encontró un eco inimaginable.

Su libro, sin embargo, no contiene ningún alegato ideológico, menos aún algún llamado a la excitación revolucionaria. Indígnense es al mismo tiempo una invitación a tomar conciencia sobre la forma calamitosa en la que estamos gobernados, una restauración noble y humanista de los valores fundamentales de la democracia, un balde de agua fría sobre la adormecida conciencia de los europeos convertidos en consumidores obedientes y una dura defensa del papel del Estado como regulador. No debe existir en la historia editorial un libro tan corto con un alcance tan extenso.

Quien vea la movilización mundial de los indignados puede pensar que Hessel escribió una suerte de panfleto revolucionario, pero nada es más ajeno a esa idea. Indígnense y los indignados se inscriben en una corriente totalmente contraria a la que se desató en las revueltas de Mayo del ’68. Aquella generación estaba contra el Estado. Al revés, el libro de Hessel y sus adeptos reclaman el retorno del Estado, de su capacidad de regular. Nada refleja mejor ese objetivo que uno de los slogans más famosos que surgieron en la Puerta del Sol: “Nosotros no somos antisistema, el sistema es antinosotros”.

En su casa de París, Hessel habla con una convicción en la que la juventud y la energía explotan en cada frase. Hessel tiene una historia personal digna de una novela y es un hombre de dos siglos. Diplomático humanista, miembro de la Resistencia contra la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial, sobreviviente de varios campos de concentración, activo protagonista de la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, descendiente de la lucha contra esas dos grandes calamidades del siglo XX que fueron el fascismo y el comunismo soviético. El naciente siglo XXI hizo de él un influyente ensayista.

Cuando su libro salió en Francia, las lenguas afiladas del sistema liberal le cayeron con un aluvión de burlas: “el abuelito Hessel”, el “Papá Noel de las buenas conciencias”, decían en radio y televisión las marionetas para descalificarlo. Muchos intelectuales franceses dijeron que esa obra era un catálogo de banalidades, criticaron su aparente simplismo, su chatura filosófica, lo acusaron de idiota y de antisemita. Hasta el primer ministro francés, François Fillon, descalificó la obra diciendo que “la indignación en sí no es un modo de pensamiento”. Pero el libro siguió otro camino. Más de dos millones de ejemplares vendidos en Francia, medio millón en España, traducciones en decenas de países y difusión masiva en Internet.

El ultraliberalismo predador, la corrupción, la impunidad, la servidumbre de la clase política al sistema financiero, la anexión de la política por la tecnocracia financiera, las industrias que destruyen el planeta, la ocupación israelí de Palestina, en suma, los grandes devastadores del planeta y de las sociedades humanas encontraron en las palabras de Hessel un enemigo inesperado, un argumentario de enunciados básicos, profundamente humanista y de una eficacia inmediata. Sin otra armadura que un pasado político de socialdemócrata reformista y un libro de 32 páginas, Hessel les opuso al pensamiento liberal consumista y al consenso uno de los antídotos que más teme, es decir, la acción.

No se trata de una obra de reflexión política o filosófica sino de una radiografía de la desarticulación de los Estados, de un llamado a la acción para que el Estado y la democracia vuelvan a ser lo que fueron. El libro de Hessel se articula en torno de la acción, que es precisamente a lo que conduce la indignación: respuesta y acción contra una situación, contra el otro. Lo que Hessel califica como mon petit livre es una obra curiosa: no hay nada novedoso en ella, pero todo lo que dice es una suerte de síntesis de lo que la mayor parte del planeta piensa y siente cada mañana cuando se levanta: exasperación e indignación.

–Usted ha sido de alguna manera el hombre del año. Su libro tuvo un éxito mundial y terminó convirtiéndose en el foco del movimiento planetario de los indignados. Hubo, de hecho, dos revoluciones casi simultáneas en el mundo, una en los países árabes y la que usted desencadenó a escala planetaria.

–Nunca preví que el libro tuviera un éxito semejante. Al escribirlo, había pensado en mis compatriotas para decirles que la manera en la que están gobernados plantea interrogantes y que era preciso indignarse ante los problemas mal solucionados. Pero no esperaba que el libro se viera propulsado en más de cuarenta países en los cuatro puntos cardinales. Pero yo no me atribuyo ninguna responsabilidad en el movimiento mundial de los indignados. Fue una coincidencia que mi libro haya aparecido en el mismo momento en que la indignación se expandía por el mundo. Yo sólo llamé a la gente a reflexionar sobre lo que les parece inaceptable. Creo que la circulación tan amplia del libro se debe al hecho de que vivimos un momento muy particular de la historia de nuestras sociedades y, en particular, de esta sociedad global en la que estamos inmersos desde hace diez años. Hoy vivimos en sociedades interdependientes, interconectadas. Esto cambia la perspectiva. Los problemas a los que estamos confrontados son mundiales.

–Las reacciones que desencadenó su libro prueban que existe siempre una pureza moral intacta en la humanidad.

–Lo que permanece intacto son los valores de la democracia. Después de la Segunda Guerra Mundial resolvimos problemas fundamentales de los valores humanos. Ya sabemos cuáles son esos valores fundamentales que debemos tratar de preservar. Pero cuando esto deja de tener vigencia, cuando hay rupturas en la forma de resolver los problemas, como ocurrió luego de los atentados del 11 de septiembre, de la guerra en Afganistán y en Irak, y la crisis económica y financiera de los últimos cuatro años, tomamos conciencia de que las cosas no pueden continuar así. Debemos indignarnos y comprometernos para que la sociedad mundial adopte un nuevo curso.

–¿Quién es responsable de todo este desastre? ¿El liberalismo ultrajante, la tecnocracia, la ceguera de las elites?

–Los gobiernos, en particular los gobiernos democráticos, sufren una presión por parte de las fuerzas del mercado a la cual no supieron resistir. Esas fuerzas económicas y financieras son muy egoístas, sólo buscan el beneficio en todas las formas posibles sin tener en cuenta el impacto que esa búsqueda desenfrenada del provecho tiene en las sociedades. No les importa ni la deuda de los gobiernos, ni las ganancias escuetas de la gente. Yo le atribuyo la responsabilidad de todo esto a las fuerzas financieras. Su egoísmo y su especulación exacerbada son también responsables del deterioro de nuestro planeta. Las fuerzas que están detrás del petróleo, las fuerzas de las energías no renovables nos conducen hacia una dirección muy peligrosa. El socialismo democrático tuvo su momento de gloria después de la Segunda Guerra Mundial. Durante muchos años tuvimos lo que se llama Estados de providencia. Esto derivó en una buena fórmula para regular las relaciones entre los ciudadanos y el Estado. Pero luego nos apartamos de ese camino bajo la influencia de la ideología neoliberal. Milton Friedman y la Escuela de Chicago dijeron: “déjenle las manos libres a la economía, no dejen que el Estado intervenga”. Fue un camino equivocado y hoy nos damos cuenta de que nos encerramos en un camino sin salida. Lo que ocurrió en Grecia, Italia, Portugal y España nos prueba que no es dándole cada vez más fuerza al mercado que se llega a una solución. No. Esa tarea les corresponde a los gobiernos, son ellos quienes deben imponerles reglas a los bancos y a las fuerzas financieras para limitar la sobreexplotación de las riquezas que detentan y la acumulación de beneficios inmensos mientras los Estados se endeudan. Debemos reconocer que los bancos se pusieron en contra de la democracia. Eso no es aceptable.

–Resulta chocante comprobar la indiferencia de la clase política ante la revuelta de los indignados. Los dirigentes de París, Londres, Estados Unidos, en suma, allí donde estalló este movimiento, hicieron caso omiso ante los reclamos de los indignados.

–Sí, es cierto. Por ahora se subestimó la fuerza de esta revuelta y de esta indignación. Los dirigentes se habrán dicho: esto ya lo vimos otras veces, en Mayo del ‘68, etc., etc. Creo que los gobiernos se equivocan. Pero el hecho de que los ciudadanos protesten por la forma en que están gobernados es algo muy nuevo y esa novedad no se detendrá. Predigo que los gobiernos se verán cada vez más presionados por las protestas contra la manera en que los Estados son gobernados. Los gobiernos se empeñan en mantener intacto el sistema. Sin embargo, el cuestionamiento colectivo del funcionamiento del sistema nunca fue tan fuerte como ahora. En Europa atravesamos por un momento muy denso de cuestionamiento, tal como ocurrió antes en América latina. Yo estoy muy orgulloso por la forma en que la Argentina supo superar la gravedad de la crisis. Ello prueba que es posible actuar y que los ciudadanos son capaces de cambiar el curso de las cosas.

–De alguna manera, usted encendió la llama de una suerte de revolución democrática. Sin embargo, no llama a una revolución. ¿Cuál es entonces el camino para romper el cerco en el que vivimos? ¿Cuál es la base del renacimiento de un mundo más justo?

–Debemos transmitirles dos cosas a las nuevas generaciones: la confianza en la posibilidad de mejorar las cosas. Las nuevas generaciones no deben desalentarse. En segundo lugar, debemos hacerles tomar conciencia de todo lo que se está haciendo actualmente y que va en el buen sentido. Pienso en Brasil, por ejemplo, donde hubo muchos progresos, pienso en la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que también hizo que las cosas progresaran mucho, pienso también en todo lo que se realiza en el campo de la economía social y solidaria en tantos y tantos países. En todo esto hay nuevas perspectivas para encarar la educación, los problemas de la desigualdad, los problemas ligados al agua. Hay gente que trabaja mucho y no debemos subestimar sus esfuerzos, incluso si lo que se consigue es poco a causa de la presión del mundo financiero. Son etapas necesarias. Creo que, cada vez más, los ciudadanos y las ciudadanas del mundo están entendiendo que su papel puede ser más decisivo a la hora de hacerles entender a los gobiernos que son responsables de la vigencia de los grandes valores que esos mismos gobiernos están dejando de lado. Hay un riesgo implícito: que los gobiernos autoritarios traten de emplear la violencia para acallar las revueltas. Pero creo que eso ya no es más posible. La forma en que los tunecinos y los egipcios se sacaron de encima a sus gobiernos autoritarios muestra dos cosas: una, que es posible; dos, que con esos gobiernos no se progresa. El progreso sólo es posible si se profundiza la democracia. En los últimos veinte años América latina progresó muchísimo gracias a la profundización de la democracia. A escala mundial, pese a las cosas que se lograron, pese a los avances que se obtuvieron con la economía social y solidaria, todo esto es demasiado lento. La indignación se justifica en eso: los esfuerzos realizados son insuficientes, los gobiernos fueron débiles y hasta los partidos políticos de la izquierda sucumbieron ante la ideología neoliberal. Por eso debemos indignarnos. Si los medios de comunicación, si los ciudadanos y las organizaciones de defensa de los derechos humanos son lo suficientemente potentes como para ejercer una presión sobre los gobiernos las cosas pueden empezar a cambiar mañana.

–¿Se puede acaso cambiar el mundo sin revoluciones violentas?

–Si miramos hacia el pasado vemos que los caminos no violentos fueron más eficaces que los violentos. El espíritu revolucionario que animó el comienzo del siglo XX, la revolución soviética, por ejemplo, condujeron al fracaso. Hombres como el checo Vaclav Havel, Nelson Mandela o Mijail Gorbachov demostraron que, sin violencia, se pueden obtener modificaciones profundas. La revolución ciudadana a la que asistimos hoy puede servir a esa causa. Reconozco que el poder mata, pero ese mismo poder se va cuando la fuerza no violenta gana. Las revoluciones árabes nos demostraron la validez de esto: no fue la violencia la que hizo caer a los regímenes de Túnez y Egipto, no, para nada. Fue la determinación no violenta de la gente.

–¿En qué momento cree usted que el mundo se desvió de su ruta y perdió su base democrática?

–El momento más grave se sitúa en los atentados del 11 de septiembre de 2001. La caída de las torres de Manhattan desencadenó una reacción del presidente norteamericano Georges W. Bush extremadamente perjudicial: la guerra en Afganistán, por ejemplo, fue un episodio en el que se cometieron horrores espantosos. Las consecuencias para la economía mundial fueron igualmente muy duras. Se gastaron sumas considerables en armas y en la guerra en vez de ponerlas a la disposición del progreso económico y social.

–Usted señala con mucha profundidad uno de los problemas que permanecen abiertos como una herida en la conciencia del mundo: el conflicto israelí-palestino.

–Este conflicto dura desde hace sesenta años y todavía no se encontró la manera de reconciliar a estos dos pueblos. Cuando se va a Palestina uno sale traumatizado por la forma en que los israelíes maltratan a sus vecinos palestinos. Palestina tiene derecho a un Estado. Pero también hay que reconocer que, año tras año, vemos cómo aumenta el grupo de países que están en contra del gobierno israelí por su incapacidad de encontrar una solución. Eso lo pudimos constatar con la cantidad de países que apoyaron al presidente palestino Mahmud Abbas, cuando pidió ante las Naciones Unidas que Palestina sea reconocido como un Estado de pleno derecho en el seno de la ONU.

–Su libro, sus entrevistas, este mismo diálogo demuestran que, pese al desastre, usted no perdió la esperanza en la aventura humana.

–No, al contrario. Creo que ante las crisis gravísimas por la que se atraviesa, de pronto el ser humano se despierta. Eso ocurrió muchas veces a lo largo de los siglos y deseo que vuelva a ocurrir ahora.

–“Indignación” es hoy una palabra clave. Cuando usted escribió el libro, fue esa palabra la que lo guió.

–La palabra indignación surgió como una definición de lo que se puede esperar de la gente cuando abre los ojos y ve lo inaceptable. Se puede adormecer a un ser humano, pero no matarlo. En nosotros hay una capacidad de generosidad, de acción positiva y constructiva que puede despertarse cuando asistimos a la violación de los valores. La palabra “dignidad” figura dentro de la palabra “indignidad”. La dignidad humana se despierta cuando se la acorrala. El liberalismo trató de anestesiar esas dos capacidades humanas, la dignidad y la indignación, pero no lo consiguió.