Buscar este blog

viernes, 16 de diciembre de 2011

La hora de la integración definitiva para Latinoamérica


Por Fabio Cohene

El siglo XXI ya está definitivamente signado por la globalización. Ya no hay espacios para proyectos nacionales, todos los países buscan conformar espacios comunes de interacción económica y política, de integración. En nuestro caso, nuestro destino ineludible es el de la convergencia con los otros países latinoamericanos. Ya no es ni siquiera un postulado revolucionario: es una necesidad histórica.

Nuestra región posee muchas características que a primeras vistas debería facilitar la integración regional en su doble faceta política y económica. Poseemos un mismo idioma, más allá de las particularidades, somos homogéneos en lo religioso, en lo cultural. Si tomamos solamente América del Sur, somos poco más que una decena de países, con una historia compartida con escasos casos de conflictos bélicos, entre nosotros. Sin embargo, cumpliéndose en estos años el bicentenario de la independencia del yugo español en la mayoría de nuestras naciones, aún no hemos logrado constituirnos como un sólido bloque económico, de naciones interrelacionadas e interdependientes.

LAS CULPAS AJENAS Y LAS NUESTRAS

Somos políticamente independientes pero aún no logramos coordinar nuestras economías, coordinar nuestros crecimientos, confluir en nuestros desarrollos. A grandes rasgos, se puede decir que han existido dos tipos de condicionantes para que esto suceda. Primero, el que surge de nuestra convivencia con los Estados Unidos de América que desde su constitución como nación ha concebido al resto del continente como su área de influencia natural, su patio trasero. En 1823 crearon como principio rector para su política exterior a nivel continental la doctrina Morgan, “América para los americanos”, que con el tiempo ha venido a significar: América es el territorio que va del Polo Norte a Tierra del Fuego, pero americanos son solo los estadounidenses. Es la misma idea que ya en el siglo XX dio lugar a la creación de varias organizaciones panamericanas, la más reciente de todas, en 1948, la Organización de los Estados Americanos que en un mundo signado por la disputa entre capitalismo y comunismo, debía funcionar como un foro continental donde los yankees pudieran ejercer su poder de contralor político sobre la región.

Y cuando no bastaba el control político institucional directo, siempre tuvo a mano la herramienta de la intervención militar directa como lo hizo en Cuba en 1895 y en 1961, en Guatemala, en 1954, en República Dominicana en 1965, en Granada en 1983, en Panamá en 1989 o el consabido apoyo a los golpes militares que prohijaron en la segunda mitad del siglo XX. Pero la sombra imperialista de los yankees no alcanza a explicar por sí misma nuestras deficiencias al momento de concretar un proyecto continental latinoamericano. Es aquí donde surge el segundo obstáculo a la integración: nuestras clases dominantes. Al momento de vislumbrar un horizonte de desarrollo y progreso, ellas siempre tuvieron puestas sus vistas políticas y comerciales en el norte. Con la paradójica maldición de ser rica en recursos naturales, desde sus inicios proyectaron naciones que aceptaron gustosas el rol de proveedor de materias primas en la división internacional del trabajo, competidoras entre sí, despreocupadas del destino del resto de las ex -colonias españolas. Los escasos conflictos bélicos que manchan nuestra historia común tienen el signos de reflejar la pugna de los intereses de las potencias imperiales europeas. Tal el caso de la guerra de la Triple Alianza, de 1865 a 1875, en que Argentina, Brasil y Uruguay destruyeron el proceso desarrollo autónomo de Paraguay, incompatible con el modelo de libre comercio europeo, Guerra del Pacífico, de 1879 a 1883, cuando Chile venció a la alianza de Perú y Bolivia, en el marco de la disputa por los insumos para fabricar los fertilizantes que Europa requería, o la Guerra del Chaco, cuando paraguayos y bolivianos dejaron de 1932 a 1935, más de 100.000 muertos, en un conflicto en el que se dirimía quien aprovecharía unos supuestos pozos petroleros de los cuales se haría eventualmente cargo empresas petroleras inglesas o yankees.

LOS INICIOS DEL CAMINO

Tuvo que llegar la crisis del capitalismo de 1929 y las sucesivas guerras mundiales, para que los países latinoamericanos asumieran un proceso de sustitución de importaciones, donde empezarán a intentar un desarrollo autónomo, independiente. De esa época, en donde campeaban por América del Sur los gobiernos nacionalistas, es de cuando data el discurso de Juan Domingo Perón ante la Escuela Superior de Guerra, el 11 de noviembre, cuya lectura como documento histórico se recomienda en el que esbozaba la inviabilidad económica de los países americanos por separado y planteaba una integración en torno al eje ABC, Argentina, Brasil y Chile. Pero los vientos de la Guerra Fría barrieron todos los proyectos nacionalistas desarrollistas.

Desde los años 50, la integración económica era vista tanto como un estímulo esencial para la industrialización así como una defensa ante la superioridad económica de EE.UU., y estaba por lo tanto sujeto de oposición por parte de EE.UU. y aunque hubo varios intentos de organismos de integración económica de suerte diversa, en 1960, la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio de América Latina (ALALC), el Pacto Andino en 1969, la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI) en 1980, Mercado Común del Sur (Mercosur) en 1991, etc. siguieron brillando por su ausencia las iniciativas políticos que buscaran sacudirse la mirada controladora estadounidense e intentar reunirse en un foro de presidentes auténticamente latinoamericano, entre pares, sin presencias tutelares.

Hubo que esperar hasta el año 2000 para que en Brasilia tuviera lugar con casi medio siglo de retraso respecto a los otros continentes como Europa o África, la primera cumbre de presidentes sudamericanos. Allí se abrió el camino hacia la conformación de la Comunidad Sudamericana de Naciones, para el sacudimiento de la hegemonía estadounidense cuando en 2005 por la acción coordinada de Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Lula se le dijo NO a su propuesta de una área de libre comercio (ALCA) creada para su estricto beneficio; UNASUR, después y en nuestros días, su versión ampliada de la CELAC (sobre la cual trata otra nota del periódico). Parece que finalmente nos hallamos en la buena senda, pero aún hay muchos obstáculos que superar.

LA SENDA A RECORRER : ¿SERÁ POSIBLE EL SUR?

Estos obstáculos a los que se hace referencia son de toda índole: económicos, políticos, culturales. Desde lo económico es preciso generar un esquema que tienda a superar las asimetrías en los desarrollos de nuestras naciones. Esas asimetrías no existen solo en el grado desarrollo de nuestras naciones sino también hacia el interior de los países que en su conjunto tienen el dudoso privilegio de ser la región con la mayor desigualdad en la distribución de la riqueza.

Ya no hay margen para desarrollos únicamente nacionales, no nos salvaremos solos vendiéndole granos a los chinos, sino negociando en bloque con el resto de los bloques mundiales. Es preciso abandonar la lógica capitalista de la competencia para empezar a poner en práctica la solidaridad y la convergencia con nuestros vecinos. Si esta óptica imperara por nuestras tierras, un conflicto como el de Botnia que devino en enfrentamiento con los uruguayos, no hubiera existido dado que no habría sido una empresa finesa la que se aprovechara de la falta de empleos en la tierra oriental, sino que un proyecto de desarrollo surgido de la interacción de los países de la región hubiera contribuido al desarrollo integral de todos, grandes y chicos. No habrá sueño de integración factible si nuestros países no buscan coordinar sus macroeconomías, si el comercio entre nuestros países es mucho menos importante que el que poseemos con el resto del mundo, tal cual ocurre en la actualidad. Esto no será nada fácil exigirá mucha constancia para desarmar la artillería de acciones que despliega Estados Unidos para mantener atado a su carro a países como Chile, Perú, Colombia, con los cuales firma tratados de libre comercio, que como resultado último les cercena su posibilidad de reformular un perfil exportador de insumos básicos y de industrializarse en la búsqueda de un desarrollo que trascienda el mero crecimiento o la simple búsqueda de buenos indicadores macroeconómicos.

Necesitamos políticas específicas para atacar la reprimarización, la tentación de seguir vendiendo única o fundamentalmente materias primas, y aumentar el valor agregado de las exportaciones para hacer frente a los shocks externos de la crisis global. De lo contrario se agudizará la extrema inequidad social que dicho modelo genera. El nuevo camino obliga a introducir tanto políticas impositivas como políticas sociales crecientemente activas. El riesgo de quedarse atrapado en este círculo de exportación de bajo valor agregado no es menor.

Para ello es imprescindible volver a fortalecer a los estados nacionales desguazados bajo la ola neoliberal de fines del siglo pasado, cuando se pretendió que fueran el mercado, las empresas multinacionales quienes que marcaran la agenda gubernamental de nuestros países. Solo así podrán avanzar nuestros gobernantes en el ejercicio de una voluntad política convergente, que aprovechando la oportunidad de la coincidencia de muchos estadistas progresistas en la región puedan sentar las bases para una integración real, efectiva, que avance más allá de lo puramente declamativo.

Pero todo será en vano si no damos pasos firmes hacia la integración cultural, esa que permita que los pueblos se reconozcan plenamente como hermanos desde la realidad diaria. Las bases de la unión continental serán sólidas cuando nuestros pueblos sientan como necesario ser una entidad autónoma. Para ello es preciso que sepamos más de la historia y la actualidad de los otros países de la región, interesarnos en nuestro acervo cultural, en hacer que nuestra gente se sienta realmente latinoamericana, porque los beneficios de esa circunstancia son palpables, cotidianos. Por dar un ejemplo concreto de lo que se podría hacer, en las escuelas secundarias de Francia y Alemania, dos naciones que en el siglo pasado tuvieron en total una década de guerra que los enfrentó, los alumnos estudian historia con un manual elaborado por 5 historiadores de cada país. Y aprenden a convivir, a tener proyectos comunes, aceptando las diferencias, reafirmando sus patrimonios culturales.

En ese mismo tren nosotros, porteños, bien podríamos empezar a dar algunos pasos concretos para abandonar nuestra supuesta y falsa superioridad bajada de los barcos. Hoy que los espejos de los países centrales se han empezado resquebrajar, es la hora de reconocer lo que largamente no supimos a ver: que nuestro destino será latinoamericano o no será.

No hay comentarios: