Cuando su hermana Hilda le preguntó en
1966 por qué el disco que acababa de grabar se llamaba “Las últimas
composiciones”, ella sólo respondió: "Y... porque son las últimas". Y
fueron las últimas, definitivamente.
Personas/grupos relacionados
Violeta Parra
Ese disco contenía dos composiciones de adiós: Gracias a la vida, quizá su obra más conocida, un adiós tierno y sereno, y Maldigo del alto cielo un adiós duro y furioso.
En la etapa final, posiblemente la vida
le pareció a Violeta una seguidilla incomprensible de desgracias. “La
suerte mía fatal/ no es cosa nueva señores,/ me ha dado sus arañones/ de
chica muy despiadá;/ batalla descomunal/ yo libro desde mi infancia” es
el resumen final en décimas populares que hizo de su propia existencia.
Nació el 4 de octubre de 1917 en San
Carlos, en el sur de Chile; hija de una campesina y un profesor de
música. Su infancia y adolescencia estuvieron marcadas por las
carencias: con diez hermanos, en su casa nunca estaba asegurado el plato
de comida. Violeta se contagió la viruela. Salvó la vida, pero la cara
le quedó marcada para siempre.
“Aquí principian mis penas,/ lo digo con
gran tristeza,/ me sobrenombran "maleza"/ porque parezco un espanto”.
Una descripción de su cara picada de viruelas, su melena desordenada,
sus dientes débiles.
Los padres no querían que sus hijos
fueran folcloristas y guardaban bajo llave la guitarra. Violeta, “La
Viola”, la descubrió a los 7 años y comenzó a estudiar sola.
Vendió golosinas, limpió tumbas y cantó.
A los 15 años con su padre Nicanor muerto de tuberculosis, la familia
se fue a Santiago. Dejó la escuela y cantó con su hermana Hilda en
boliches de barrios populares. Hacía varios años que componía boleros,
corridos, tonadas.
Se casó a los 19 años con el ferroviario Luis Cereceda, la primera de sus relaciones amorosas, siempre fracasadas.

Violeta Parra
© Antonio Larrea
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Sin advertir que la vida de casada no
era para ella, en 1949 reincidió con el tapicero Luis Arce. Poco
después, junto a su hermano el poeta
Nicanor Parra,
comenzó su gran trabajo de recopilación de folclore chileno. Como
arqueóloga musical, recorrió el país en busca de canciones populares. Al
componer y grabar Casamiento de negros y Qué pena siente el alma,
inspiradas en melodías rescatadas, consiguió una repercusión que le
abrió las puertas de la radio: con su programa “Canta Violeta Parra”
logró difundir su gesta folclórica.
Durante un viaje a Europa en que dejó en
Chile a sus cuatro hijos, la menor, Rosita Clara, de 9 meses, murió de
neumonía, lo que le generó una culpa que nunca pudo superar.
Se quedó en París, cantando en tugurios,
entre privaciones y romances con hombres más jóvenes, amoríos que
invariablemente ponían fin su irascibilidad y sus celos.
De vuelta a Chile conoció al amor de su vida, al que le debe el balazo final: el suizo Gilbert Favre,
18 años menor que ella. Tras viajes por Europa, Bolivia y la Argentina
en 1965 volvió a Chile junto a Favre, e instaló La Carpa: una vieja
carpa de circo en un terreno baldío. No tuvo éxito y además, cansado de
sus celos, Gilbert la dejó definitivamente. “Cuando me enseñó a tocar la
quena, me dijo que lo mejor era hacerlo con los ojos cerrados. Le hice
caso, pero luego vi que solo quería que no mirara a las otras mujeres”,
contó Gilbert.
En enero de 1966, cuando ya había caído
en el alcoholismo, intentó suicidarse por primera vez. Un año después,
lo logró en La Carpa.
Violeta del Carmen Parra Sandoval
(1917-1967) es la más grande representante de la música folclórica
chilena. Por el camino se convirtió en la primera artista iberoamericana
que expuso de forma individual en el museo del Louvre.
Violeta perteneció sin duda a una tradición que se extingue de
mujeres cantoras, compositores y guitarristas propias del campo en
Chile, y la representó de manera ejemplar en todo el mundo.